viernes, 6 de septiembre de 2013

OLOR 4: FORTUITO

Fortuito

En el momento que se cruzaron sus miradas, ambos sintieron atracción de verdad, irrefrenable, eso que se llama por allí flechazo, pero totalmente carnal, sexual. No se conocían de nada, eran dos desconocidos en un bar cualquiera unidos por el azar, en un bar de mala muerte lleno de buena música y mejor gente.

Él había sido arrastrado por sus amigos a salir cuando aquel día no le apetecía una mierda. Nunca le apetecía hacer nada de primeras.
A ella gustaba de salir, sola o acompañada, daba igual, la cosa era huir de su casa y olvidar. Esa noche era de esas que salía sola. Lo hacía a gusto.
En circunstancias normales, quizás hubieran pasado del tema y ni abrían llegado a tontear, pero quizás fuera la luna llena o las botellas de cerveza que habían tomado y que ambos hacía demasiado rato, habían dejado de contar.
Entiéndelo como conexión instantánea o como quieras, la cosa es que estaban a punto, calientes como un motor encendido durante días. Tenían la libido tan a flor de piel que parecía alguien más en el bar.
Los guiños y los gestos comenzaron a ser más frecuentes entre los dos, llamándose la atención. Reclamándose por derecho.
Los ojos verdes de él, no dejaban de mirarla de arriba abajo, sus curvas, su cara, su culo, su sonrisa, sus pechos, su pelo. Sonreía por la inercia de ver algo tan bonito.
Ella pasó por alto parte de su pinta desaliñada. Le encantó que fuera tan alto, y sobre todo su espalda, que no su culo, su espalda, a saber por qué.
Decidió tirárselo, porque seamos sinceros, lo deciden siempre las mujeres, así que agitó sin dudarlo la cabeza dirección al baño. Él no iba a ser tan tonto para rechazar la oferta y no tardó en ir detrás de ella.
No hubo mucha conversación cerrado el pestillo del wáter en el baño de mujeres. Sus cuerpos estaban pegados, sudados, ardientes. Las lenguas entrelazadas no daban espacio a un diálogo entretenido, más bien a ninguno.
Tardaron poco en quitarse la parte de la ropa necesaria para operar en esos casos, y probaron sin tapujos todas las posturas y formas de sexo que se puede hacer en esa situación. Los detalles los pones tú, imagina, imagina. Imagínate que eres una de las chicas que está retocándose frente al espejo, escuchándolos gemir de placer, golpeando las paredes en un forcejeo sexual maravilloso y placentero para los participantes. Sólo podrías sentir envidia de no ser tú, el que está disfrutando de tal momento, de ese tipo de sexo, de esa libertad.

Entre suspiros y gemidos terminaron por fin y se quedaron un largo rato abrazados. Mirándose a pocos centímetros de distancia entre las caras, sin decir absolutamente nada.
Ella se repuso primero se marchó y se fue. Él, reventado con una sonrisa que parecía sujeta por grapas salía del cuarto de baño unos minutos después, entre las mujeres que entraban acusándolo de pervertido mirón y sus amigos que lo vitoreaban y hacían chistes sobre el acontecimiento. Lo que os digo, envidia. Envidia por todas partes.

Para entonces, ella ya estaba de camino al parque debajo de su casa, que estaba bien lejos. Le gustaba parar a echar un cigarro y escribir en un cuaderno pequeño que llevaba a todas partes, sólo en esas ocasiones en las que había sido feliz, había disfrutado de verdad.
Apenas tenía 5 hojas rellenas, pero ella se sentía orgullosa de cada palabra y de cada coma y claro, de los sucesos que habían hecho posibles esos textos.
Y ya sentada en su banco, escribió:
Dicen, que la llama más fuerte,
es aquella que se consume más rápido.
Por eso es  y será, la más bella.
La más pura de todas.

 Llevado al ámbito de polvos,
 esto ha sido una maravilla.
No me acuséis de basta,
peco de feliz.

Lo leyó una y otra vez mientras se consumía el cigarro. Claro, corto y conciso, además seguramente sólo lo leería ella. Empezaba a clarear el sol en el cielo, entre los edificios y los árboles que se podían contar con los dedos de las manos. Ella guardó su cuaderno y se fue a casa.
Para entonces, él ya hacía rato que estaba dormido en su cama, tan feliz, que hasta le dolía estar tan bien.


Siempre se acordarían del otro, aunque no se volvieron a ver nunca más.

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