jueves, 22 de marzo de 2012

En mi playa


Paredes que suenan a mar,
suelos que de arena fueron hechos,
el olor de nuestros cuerpos desnudos
en contacto con el sofá tallado
con espinas de pescado.


Son tardes de verano
que no volverán,
son instantes pasados
de los que aprendí
a no volver encontrar.


Y sin embargo, las dunas perezosas,
únicas, formadas
de estrellas y segundos,
se irán desplazando lentamente…
muy lentamente, y quizás los granos
se conviertan en tiempos parecidos,
pero más livianos y felices.



Espero que vengan a mi porche,
mirando la cercanía,
las olas oscuras
en esta noche de brisa
llena de salitre, que
forja mi piel
de escamas morenas,
resistentes y con solera.

jueves, 15 de marzo de 2012

A cierta edad

En la residencia de ancianos, las luces generales hacía rato que estaban apagadas. Ella, ya estaba en camisón después de la cena y se alisaba su blanca melena a la que cuidaba con esmero. No obstante, no dejaba de encontrar más y más pelos en el cepillo cada día e iba guardándolos uno a uno con el mayor de los cuidados en una bolsa de tela cosida por ella misma. Conservaba su pelo porque cada cabello era según creía, algo de ella, que nadie podía arrebatar, quizás fuera una manía pero a ella le confortaba conservar su pelo, ese del que años atrás estaba tan orgullosa.

"Vale que la edad no perdona, pero al menos que no me deje calva, caray" - pensó con una sonrisa torcida.
Mientras se cogía una cola para dormir, vio con el rabillo del ojo, el ordenador que sus hijos le habían regalado para que se conectara a Internet para verlos, porque eso de llamar por teléfono era un gasto de dinero y estaba desfasado y por lo visto, estaban muy ocupados para ir a verla a menudo o incluso de vez en cuando.

"A mi edad, cacharritos…cría cuervos…" dijo en voz alta, aunque sólo las paredes parecían oírla.

Cogió una de las fotos de su difunto marido, en aquella que salía solo en aquel viaje que hicieron a Lisboa, salía en la playa mirando hacia el cielo, iba vestido con una camiseta blanca arremangada, tirantes negros, los pantalones de un traje a rayas grises mientras sostenía la chaqueta con un brazo, con el otro se agarraba ese sombrero que tanto le gustaba,
Miraba siempre aquella fotografía como si la vida le dependiera de ello, era la imagen que más le recordaba a el amor de su vida, tan atento a la par que despistado. Estaba demasiado lejos como para permitirse visitar su tumba de ninguna de las maneras. Le separaban varios kilómetros de distancia de ese trozo de piedra que amaba, la representación de su marido, su lápida que tanto acabo adorando como si se tratara de él mismo.

Guardó la fotografía con el mayor cariño posible como lo hacía con todo, y sin mucho más que pudiera o que quisiera hacer, apagó la luz de la mesita de noche, la única que iluminaba su cuarto, y se tumbó en la cama con la intención de dormir. No pudo.

Esa noche estaba particularmente inquieta, porque claro, eso de pensar en lo pasado, en lo prohibido a lo largo de los años, en las oportunidades pérdidas y en Él y sus hijos por supuesto, era algo que caía dentro de lo normal, pero esa noche, esa maldita noche le perturbaba la imagen del viejecito galán que la cortejaba por la residencia.

Todos los días, desde que llegó o más bien desde que la dejaron allí, aquel señor hizo cualquier cosa por imposible que pareciera por estar a su lado en los distintos talleres, estancias y horarios que era la vida diaria de aquel lugar. Estaba enamorado o eso le decía a ella. Le pareció encantador, ya que hacía años que nadie se fijaba en ella de esa forma y por tanto le hacía sentir bien, por muy egoísta que pudiera parecerle esto a una persona. Pero no obstante, ella rechazaba por respeto a su difunto marido cualquier pretensión del viejecito.

Comenzó a reírse sola de sí misma en la oscuridad que envolvía su cama y su cuarto cuando recordó cómo se enfado el día que el viejecito, puso un par de pastillas de Viagra encima de la mesa durante la cena de hacía un par de noches, sin palabra alguna para acompañar las píldoras. Ella se indignó por supuesto, era un gesto desesperado por parte del viejecito que debía tener su castigo. Así que desde entonces, le hizo el vacio lo más que pudo, ni educación le quedó para él.
Entre el enfado y el bochorno, pensó que lo más sensato y prudente sería olvidarse de ese viejecito y que se volviera indiferente para ella, total apenas si lo conocía.

Pero sin embargo... allí se encontraba, en su insomnio pensaba en aquel entrañable, torpe y descarado viejecito y se reía de algo que antes le ofendió. Y se dio cuenta, al instante, lo aburrido que habían sido esos días, en los que no pasaba nada, y no sólo eso, pensando en las píldoras azules se dió cuenta de algo que hacía mucho que faltaba en su vida.

"A mi edad....esperanza de trotes....habrase visto...." - dijo en una voz susurrante en lo más profundo de la oscuridad de su cuarto.

Encendió la luz, y se incorporó, se miró nuevamente en el espejo, y por un instante no se consideraba tan vieja como hasta entonces, las arrugas parecían que iban para atrás arrastradas por una sonrisa tímida. Y en ese momento, justo recordó una de las últimas frases de Él , en la cama del hospital:

"Tonta, aprovecha todo lo que puedas. Que no se te pase nada ni nadie que merezca la pena"

En aquel momento le dijo que era imbécil, que siempre lo respetaría, que lo quería a Él sin más. El entre sonrisas de dolor, asentía. Y aunque le daba coraje admitirlo, tuvo razón. Ya no era tiempo de pensar en fidelidad post mortem , ni mucho menos pensar en cielo ni infierno, el orgullo, los ojos juiciosos, los dedos acusadores o las malas lenguas. Miró el reloj y pensó que aún no era demasiado tarde. Se arregló un poco, se puso algo de abrigo encima del camisón y se dirigió al cuarto del viejecito.


Cuando llamó a la puerta, preguntando si podía pasar, el ancianito, todavía en pijama, apenas si podía articular palabra. ya que la boca abierta de par en par se lo impedía, es más, casi un amago de ataque al corazón le impidió lo que vino después cuando ella preguntó si aún tenía de esas pastillas que tanto lio trajeron. No obstante, achaques aparte, pudieron disfrutar el uno del otro al final de sus vidas todo el tiempo que pudieron sin ningún remordimiento y sin presiones.

El sexo no era tan necesario como el cariño o la compañía que ambos tanto extrañaban y que por naturaleza perdieron, pero sin duda lo hacía todo más divertido.


miércoles, 14 de marzo de 2012

MELOSO CUAL CICLO ASQUEROSO


La luz se repite,

se repite la luz,

se asemeja un segundo a otro

ando enclaustrado en tiramisú.

Color, colores de gamas

altas, medias o bajas

pero sigo sin encontrar

aquel que buscaba.

Cuéntame otra vez ese cuento

el del viento que susurraba

que no era leyenda sino Historia

que pasó, que más bien pasaba.

Y se va, y miro como se va

¡mira como se está yendo!

como el autobús de la estación

sumido en un tránsito eterno.