Esa sensación prepotente y unidireccional, esa ausencia de sentimientos positivos, esa ira incontenible ausente de perdón o piedad, esos deseos de luchar aún estando la batalla pérdida y reflejada en los libros de historia, es el orgullo.
La cabeza bien alta, en busca de una de la justicia que nunca encontrarás, que es negada por la simple casualidad. Y lo único que queda, es una cabeza levantada y un vacio en el pecho.
Y aún así, queda pelear por nada, por lo que nunca será, por lo nunca sido, por lo que ya nada importa. Sin otorgar un perdón que quizás lleve a la calma.
Tragarte los pocos sentimientos positivos porque claro, hoy no te da la gana ser feliz.
Hay días en que nos convertimos en fábricantes de odio. También es esto la vida.
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