El aire de la playa al atardecer era, y bueno, es en
general, uno de los más sanos y limpios que respirar últimamente y a veces casi
ni eso. Este aire les envolvía entre humedad y salitre.
Comenzaron su marcha hacia el sol que se iba poniendo como
si ese paseo tratara de pillarle antes de que saliera la tímida luna.
Era una conversación pendiente, su conversación pendiente, quizás la última y definitiva. Ocurriría justo en ese tramo de orilla donde el agua te besa lentamente los pies, ese punto exacto donde mueren las olas. Ese día, apenas se notaban su existencia, el agua estaba demasiado calmada.
Era una conversación pendiente, su conversación pendiente, quizás la última y definitiva. Ocurriría justo en ese tramo de orilla donde el agua te besa lentamente los pies, ese punto exacto donde mueren las olas. Ese día, apenas se notaban su existencia, el agua estaba demasiado calmada.
Él y ella estaban jóvenes, como la primera vez que se
vieron.
El chico estaba delgado, erguido en toda su gran altura, con
su mata de pelo castaño, con unos pantalones piratas, hechos de forma tosca y
poco original de unos vaqueros, una camiseta blanca sin mangas y tenía los
zapatos atados al cuello. Su aire preocupado no era característico en él, pero
le quedaba bastante bien.
Ella, tenía esa piel tan blanca que la caracterizó, y tan suave
como la miel de caña. Y esa brillante
melena a media altura negra cogida en una coleta. Solo tenía una camiseta a rayas azules y
blancas y el biquini por debajo mientras sujetaba con los dedos a su espalda, unas
chanclas viejas con dibujos de girasoles. Como siempre, en su cara, su sonrisa
tierna en unos labios a juego.
-Quiero… que me dejes
hablar a mí, por favor – dijo él con la voz partida al buen rato del
comienzo de los paseos juntos. Ella le miró de cara por primera vez en ese
instante. A él le salió su primera cana ante sus ojos, esos ojos que confesaban
que no pensaba hablar de todas maneras. Esos ojos quietos, esos
ojos sin brillos, sin sentimientos, ausentes.
- Ha pasado demasiado
tiempo desde que hablamos por última vez – continuó hablando mientras ambos
miraban al frente y envejecían más y más a cada paso – ya no recuerdo ni lo bueno ni lo malo de nuestra relación, tan sólo el
vacío, ese vacío que nos dejamos por la ausencia del otro. Tras echarnos de
nuestras vidas, no nos quedó ni la amistad después de los besos y de las
heridas.
El sol rojo rozaba ya por debajo el horizonte,
adormeciéndose otro día más, ella ahora con gafas, comenzaba a tener arrugas de
la risa, esas que salen el lateral de los párpados, mientras le escuchaba con
su sonrisa pasiva e indescifrable.
-No quise volver a
hablarte, por no hacernos más daño. Cualquier palabra más de uno al otro
empezaron a ser apuñaladas y luego ni importaban. Y ya me ves, aún tenía algo
que decirte - en ese momento esquivó una concha afilada en el suelo,
observó el deterioro en la piel de sus piernas, sus músculos y huesos
comenzaron a molestarle, pero él seguía hablando como si nada, como si no se
diera cuenta de esos pequeños que unidos se convierten en grandes.
-Sé...Que te amé como
pocas veces he amado y te odié como a nadie. Y luego, mi vida se hizo al hueco
que dejaste en ella, en mi mente y en mi corazón, supongo que a ti te paso lo
mismo, sé que aprendiste a vivir muy bien sin mí, como yo sin ti – él notó
que ella había empezado a ser más pequeña que antes, y sus pechos, sus dulces
pechos que tanto adoró en su tiempo empezaban a caerse ante la objetiva
gravedad.
-Y aun así, todavía
estoy aquí, parloteando sin llegar a nada, después de lo que te equivocaste,
después de lo que yo también me equivoqué, sigo sin saber qué hacer, intentando
mantener este monólogo, no porque tenga miedo a lo que me contestes o que ni
llegues a hacerlo. Temo dejar de hablar contigo, esta última vez, porque será
la verdadera despedida, el adiós definitivo antes del olvido. Apenas me quedará
el recuerdo ni ya tan siquiera podré mencionarte a nadie...
El sol, se había adentrado más aún, tan sólo quedaba un
cuarto de él. A él ya le clareaba el
pelo y estaba encorvado, ella se había hecho muy muy pequeñita y con su coleta
de pelo canoso blanco a juego con su piel. Y siempre con esa sonrisa tierna y
esos ojos que ni juzgaban ni odiaban ni amaban.
-No espero que nos
perdonemos ni mucho menos recuperarte antes de este final, quiero…necesito…tú….
Como no sabía continuar, ella le tapó la boca con el dedo
índice, como sólo ella solía hacerlo hace demasiado. Se quedaron mirando de
frente. Y ella esbozó una gran sonrisa antes desaparecer en el aire como si
nada.
Él se quedó en la oscuridad en la playa y volvió silencioso
y muy lento, por la arena fría y mojada, hasta su casa.
A la mañana siguiente, el Alzheimer hizo que olvidara de quien era aquella esquela, que un año anterior le hizo llorar tanto y que intentó guardar con todo el cariño del mundo.
A la mañana siguiente, el Alzheimer hizo que olvidara de quien era aquella esquela, que un año anterior le hizo llorar tanto y que intentó guardar con todo el cariño del mundo.
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