domingo, 17 de marzo de 2013

OLOR 20: LA DESPEDIDA DEL AROMA


El aire de la playa al atardecer era, y bueno, es en general, uno de los más sanos y limpios que respirar últimamente y a veces casi ni eso. Este aire les envolvía entre humedad y salitre.
Comenzaron su marcha hacia el sol que se iba poniendo como si ese paseo tratara de pillarle antes de que saliera la tímida luna.
Era una conversación pendiente, su conversación pendiente, quizás la última y definitiva.  Ocurriría justo en ese tramo de orilla donde el agua te besa lentamente los pies, ese punto exacto donde mueren las olas. Ese día, apenas se notaban su existencia, el agua estaba demasiado calmada.
 
Él y ella estaban jóvenes, como la primera vez que se vieron.

El chico estaba delgado, erguido en toda su gran altura, con su mata de pelo castaño, con unos pantalones piratas, hechos de forma tosca y poco original de unos vaqueros, una camiseta blanca sin mangas y tenía los zapatos atados al cuello. Su aire preocupado no era característico en él, pero le quedaba bastante bien.

Ella, tenía esa piel tan blanca que la caracterizó, y tan suave como la miel de caña.  Y esa brillante melena a media altura negra cogida en una coleta.  Solo tenía una camiseta a rayas azules y blancas y el biquini por debajo mientras sujetaba con los dedos a su espalda, unas chanclas viejas con dibujos de girasoles. Como siempre, en su cara, su sonrisa tierna en unos  labios a juego.

-Quiero… que me dejes hablar a mí, por favor – dijo él con la voz partida al buen rato del comienzo de los paseos juntos. Ella le miró de cara por primera vez en ese instante. A él le salió su primera cana ante sus ojos, esos ojos que confesaban que no  pensaba  hablar de todas maneras. Esos ojos quietos, esos ojos sin brillos, sin sentimientos, ausentes.

- Ha pasado demasiado tiempo desde que hablamos por última vez – continuó hablando mientras ambos miraban al frente y envejecían más y más a cada paso – ya no recuerdo ni lo bueno ni lo malo de nuestra relación, tan sólo el vacío, ese vacío que nos dejamos por la ausencia del otro. Tras echarnos de nuestras vidas, no nos quedó ni la amistad después de los besos y de las heridas.
El sol rojo rozaba ya por debajo el horizonte, adormeciéndose otro día más, ella ahora con gafas, comenzaba a tener arrugas de la risa, esas que salen el lateral de los párpados, mientras le escuchaba con su sonrisa pasiva e indescifrable.

-No quise volver a hablarte, por no hacernos más daño. Cualquier palabra más de uno al otro empezaron a ser apuñaladas y luego ni importaban. Y ya me ves, aún tenía algo que decirte - en ese momento esquivó una concha afilada en el suelo, observó el deterioro en la piel de sus piernas, sus músculos y huesos comenzaron a molestarle, pero él seguía hablando como si nada, como si no se diera cuenta de esos pequeños que unidos se convierten en grandes.

-Sé...Que te amé como pocas veces he amado y te odié como a nadie. Y luego, mi vida se hizo al hueco que dejaste en ella, en mi mente y en mi corazón, supongo que a ti te paso lo mismo, sé que aprendiste a vivir muy bien sin mí, como yo sin ti – él notó que ella había empezado a ser más pequeña que antes, y sus pechos, sus dulces pechos que tanto adoró en su tiempo empezaban a caerse ante la objetiva gravedad.

-Y aun así, todavía estoy aquí, parloteando sin llegar a nada, después de lo que te equivocaste, después de lo que yo también me equivoqué, sigo sin saber qué hacer, intentando mantener este monólogo, no porque tenga miedo a lo que me contestes o que ni llegues a hacerlo. Temo dejar de hablar contigo, esta última vez, porque será la verdadera despedida, el adiós definitivo antes del olvido. Apenas me quedará el recuerdo ni ya tan siquiera podré mencionarte a nadie...
El sol, se había adentrado más aún, tan sólo quedaba un cuarto de él.  A él ya le clareaba el pelo y estaba encorvado, ella se había hecho muy muy pequeñita y con su coleta de pelo canoso blanco a juego con su piel. Y siempre con esa sonrisa tierna y esos ojos que ni juzgaban ni odiaban ni amaban.
-No espero que nos perdonemos ni mucho menos recuperarte antes de este final, quiero…necesito…tú….

Como no sabía continuar, ella le tapó la boca con el dedo índice, como sólo ella solía hacerlo hace demasiado. Se quedaron mirando de frente. Y ella esbozó una gran sonrisa antes desaparecer en el aire como si nada.



Él se quedó en la oscuridad en la playa y volvió silencioso y muy lento, por la arena fría y mojada, hasta su casa.
A la mañana siguiente, el Alzheimer hizo que olvidara  de quien era aquella esquela, que un año anterior le hizo llorar tanto y que intentó guardar con todo el cariño del mundo. 

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