sábado, 28 de mayo de 2011

Oscura danza del deseo (flamenca dama)

Quieta. Inmutable. Pétrea. Bajo una tenue luz estaba ella. Con un traje negro en una posición prisionera que mantenía como atada por gruesos hilos de acero invisibles.
De pronto la melodía suave de una guitarra arrancó por bulerías. Los hilos que la sujetaban se rompieron al instante, entre movimientos de una fina brusquedad al compás que podrían mover la mar si le dieran el tiempo suficiente.
Entonces de repente, una voz rota y dolida como aquella que ha ganado la experiencia a base de palos quiebra la melodía de la guitarra y acompaña los zapatazos, para al instante, remendar todo los sonidos en un mundo de dolorido sentío.

En los movimientos de ella puedo percibir la angustia de cada palabra pronunciada, de cada rasgueo en la guitarra y es un corazón infinito el que se refleja en el martilleo inconstante del zapato sobre la madera.

Izquierda, pase, saludo, cante, derecha, desecho, avance, malherido… nada será nunca como antes.
Un golpe seco al suelo pone punto y final a todo sonido que pudiera haber en la sala. Su posición, ahora de perfil, con el cuello tenso, una mirada de reojo y el resto de la cara torcida muestra que ella fue prisionera, que por cualquier cosa, puede volver a serlo. Pero ahora no, ahora… no.

Ella es libre y yo de rodillas, soy su humilde esclavo.

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