sábado, 5 de febrero de 2011

Prefacio al Hijodeputa Estándar

Colgó el teléfono, como si nada hubiera pasado. La felicidad de una buena tarde se esfumo en 01:47 de conversación. Era de esperar pero no tan obvio. Le comenzaron a temblar las manos. Fue al servicio a refrescarse la cara. Y de repente, se encontró así mismo. El nuevo él. El actual él.
No reflejaba felicidad alguna, ni enfado, ni mucho menos tristeza. Era una máscara de indiferencia que escondía el dolor detrás. Impasiva, inquebrantable, duradera.
Acostumbrado, tras una larga lista de errores y arrepentimientos, había transformado su cara en esa horrible pantomima insensible, invariable.


Cuando salió, tropezó con una bota en el suelo y cayó redondo. Aún está ahí, sopesando si es conveniente levantarse, mientras repite una y otra vez: ¿Dónde se fueron mis alfileres de colores?



Quizás se levante, y es muy posible que lo haga, pero ya no volverá a ser el mismo, gris será su alma.

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